La semana pasada viajé para asistir a una conferencia profesional. Una de esas donde llega gente de todo el mundo. En la misma tuve la oportunidad de compartir con un profesor canadiense. Muy simpático.
Un día desayunamos juntos y me contó que tenía que llamar a su hijo de 12 años. El niño no se siente seguro cuando su papá está fuera de casa. Me contó que una sobrina suya le hacía compañía al niño. Por un momento pensé que había perdido a su esposa, la madre del niño. Pero no. Me contó que su esposa padecía de depresión.
Le pregunté si era depresión unipolar o trastorno bipolar. Me dijo que era lo segundo. Entonces yo le conté que soy bipolar II. Y empezamos a platicar por una hora más sobre su vida como esposo de una mujer bipolar.
Me contó que su esposa era muy guapa e inteligente. Cuando se conocieron, lo que le atrajo de ella fue su personalidad alegre y decidida. Sin embargo, cuando dio a luz padeció de severa depresión postparto. Ese fue el detonante de su enfermedad.
Ella también es bipolar II, así que padece más el lado depresivo de la enfermedad. Me contó mi nuevo amigo que se preocupa mucho por su hijo, pues le afecta ver a su mamá en ese estado. Tiende a copiar algunos comportamientos, como cuando su mamá se queda en casa y no puede ir al trabajo, el niño a veces le dice que no quiere ir a la escuela. También le da miedo quedarse solo con la madre.
La señora ha aumentado de peso debido a los medicamentos y a un régimen alimenticio que mi amigo denomina "comida de consuelo" porque es lo que uno come cuando está triste: cosas que engordan. Esto también afecta al hijo. Pero la preocupación mayor no es el peso, que afecta la salud física, sino el posible deterioro de la salud mental de su esposa.
También me contó que han tratado con diversas alternativas, como acupuntura. Él, por su lado, ha asistido a grupos de personas que tienen seres queridos con trastorno bipolar. Se ve que es un hombre con un gran corazón, pero me confesó que a veces se siente agotado. Que necesita su propio espacio para respirar y no sentirse agobiado por la salud de su esposa. Luego regresa a retomar sus responsabilidades como padre y como esposo.
Ahora piensan en mudarse a la ciudad, pues viven en un pueblo pequeño, para estar más cerca de los familiares y acudir a ellos más fácilmente en caso de emergencia.
Me pareció conmovedor escuchar a un hombre de unos 45-50 años contar su historia personal como esposo de una mujer con trastorno bipolar. Entiendo que no le ha sido fácil, pero sigue en la lucha. Por lo menos, como le dije, sabe cuál es el problema. Otros prefieren ignorarlo, escapan de él, o peor aún, no tienen ni idea de lo que está pasando en sus vidas.