Así titula la revista Scientific American Mind (Mayo-Junio 2012, pp. 28-35) su artículo sobre la actualización del famoso y criticado manual de diagnósticos psiquiatricos en los EE.UU., el DSM-5.
El autor del mismo, Ferris Jabr, nos advierte que algunos cambios del manual nos sorprenderán. ¡Así es! Por ejemplo, ahora se considera como un "desorden" o trastorno la adicción a las apuestas -cosa curiosa porque en un documento muy antiguo, del siglo XIX, uno de mis ancestros es acusado de ello por su esposa para solicitar el divorcio y que se le administraran los bienes para beneficio de ella y sus hijos-. Por otro lado, ahora el nuevo Manual ha quitado el Asperger como trastorno del desarrollo. Será incluido con otros en una nueva categoría: "trastorno del espectro autista", así como ahora se acostumbra hablar del "espectro bipolar".
Para los intereses de este BLOG, el DSM-5 tampoco incluirá la categoría de "niños con trastorno bipolar". La misma será sustituida por "trastorno de la desregulación del ánimo". Se espera que eso implique menos estigma para los niños. También es cierto que desde el 2000 aumentó mucho el diagnóstico de niños con TBP, lo cual se cree podría deberse, en parte, a la simple disponibilidad de una "etiqueta". Aquí, por cierto, podría usarse la explicación de Daniel Kahneman (Thinking, Fast and Slow) sobre el sesgo cognitivo que ocurre cuando hay disponibilidad de ciertas categorías o eventos -lo que no viene a la mente porque no se discute públicamente, ni aparece en la toma de decisiones-.
Jabr también explica en un recuadro que muy pocas personas desarrollan el TBP antes de llegar a los 20 años de edad -creo que yo he sido uno de esos pocos casos-. Dice que muchos niños diagnosticados con TBP no oscilaban entre depresión y manía, sino que más bien permanecían en un estado u otro (explosión de rabia o violencia física, en respuesta a un pequeño detonante). Por eso, ahora el "trastorno de la desregulación del ánimo" se utilizará para niños menores de 10 años de edad que están constantemente irritables y tienen extremas reacciones de carácter ("berrinches") al menos tres veces por semana. El problema es que, a pesar del cambio del nombre, el tratamiento sería el mismo (mezcla de estabilizadores del ánimo, antisicóticos, antidepresivos y estimulantes).
Agradeceré comentarios de los psiquiatras amigos de este BLOG sobre este importante cambio, que podría afectar directamente a nuestros hijos.
Bitacora al servicio de todas aquellas personas que oscilan entre los extremos de la alegria y la tristeza
jueves, mayo 10, 2012
Subo graffitis y pinturas en mi FB
Después de un trimestre tormentoso, un estupendo libro de historia me da la bienvenida a su hogar: The age of wonder. Por semanas creí que el placer de conversar con esos entrañables amigos de papel se había evaporado. Por necesidad laboral y sacando fuerzas de flaqueza de donde no las había solo había podido lidiar con documentos PDF en mi computadora.
Aunque traté una vez más con la Biblia, vieja conocida de cubierta a cubierta, y tuve la incondicional ayuda de Francisco Arrecis y los extractos marcados por mi hija, me siguió siendo esquiva. Tampoco ha servido que me le aproxime por otros libros que la interpretan. Si la leo de manera literal la cuestiono, si lo hago de manera simbólica o figurada, tampoco logro asir la fe. En mi caso solo existe el alma, el espíritu santo no la habita.
Es un tornado que te embiste, te succiona hasta el último hálito y te deja con el cascarón vacío del cuerpo. Quienes son poco observadores ni repararán en que la mente te ha encerrado en el laberinto del Minotauro, quienes sí te ven mal jamás podrán dimensionar la invalidez mental que te asola. Escribir un párrafo se vuelve una tarea titánica, de ahí que me excuse con los lectores por esta lejanía de varios meses. Tu mejor momento del día es cuando tomas las pastillas para dormir, y el peor, cuando despiertas, pues te percatas de que la pesadilla es real. Eres un Sísifo atrapado en una tarea inútil, o un Prometeo, a quien el águila despedaza de día y deja reposar de noche.
Las enfermedades físicas tienen, al menos, la decencia de atacarte de frente. Las dolencias del alma son traicioneras y te tienden celadas con sigilo. Por cuarta vez la derroto en este match que ya lleva un quinquenio, y que si ausculto con lupa se remontará a muchos años atrás. Se envalentona a medida que me pongo más viejo, y por eso me desafía más a menudo. Desde adolescente fui un luchador incansable —la vida existía para buscar la excelencia y para retarla—, pero contra este adversario sin rostro, resulta muy difícil combatir. Es la guerra… por la vida misma. La batalla más sangrienta tuvo lugar cinco años atrás, y dejó cicatrices, pero la más larga, cual guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, fue ahora, y hasta te robó 15 libras de peso en solo unos días.
La conozco muy bien, sé cuando seduce y encanta, cual sirena, y sé cuando paraliza y aniquila, cual Medusa. En ambas fases la familia sufre mucho; en la primera porque no los priorizas y porque navegas cual Odiseo, y en la segunda porque te conviertes en un Caronte, sombrío y de ultratumba. Sigue siendo un tabú del cual la familia y los amigos más cercanos solo hablan entre murmullos, cual si fuera una lepra mental.
Cuando me he recuperado, he leído numerosos libros sobre el tema, y sobre materias atinentes a Virginia Woolf. No se trata de hipocondría o desvaríos, sino de armarte para poder sobrevivir. Sabes lo que el psiquiatra te dirá, pero vas para que alguien vea tu mente desnuda —máxime si no crees en la confesión—. Pero por más que hayas leído y la divises, tanto con su máscara jovial de carnaval como con la aterradora de hallowen —siempre recurre a un disfraz diferente—, cuesta percatarse de sus engaños.
Se ha replegado, pero nunca dejará de merodear, esperará un descuido para abalanzarse de nuevo. No debes bajar la guardia, pero a la vez también debes aprender a relajarte, pues vivir con la armadura puesta no es vivir.
Quién diría que todo se debe a un microscópico desbalance químico en el cerebro. Las píldoras operan como micropalancas de Arquímedes para restaurar el equilibrio. Antes la llamaban enfermedad maníaco depresiva, ahora le dicen trastorno bipolar, pero yo le llamaría paraíso fugaz e infierno eterno. ¿Sabes la anécdota de Tolstoi en el Caúcaso, con una fotografía de Lincoln, el melancólico —así se le decía antes, no depresión—? Otro día te la contaré.
Subo graffitis o pinturas en mi FB. Vuelvo a disfrutar la lectura. Mi memoria encuentra sus archivos. Puedo volver a ser un gran conversador. Mi mente disfruta de nuevo una película. Me sumerjo en la inmensidad de mi iPod. Me percato de que los cinco sentidos sí existen. Y la capacidad de amar retorna.
Autor: Pablo Rodas Martini (*)
Fuente: AMÉRICA DESDE EL CENTRO, PrensaLibre.com (Mayo 2012).
(*) Agradecemos al autor por el texto y darnos permiso de reproducirlo aquí.
Aunque traté una vez más con la Biblia, vieja conocida de cubierta a cubierta, y tuve la incondicional ayuda de Francisco Arrecis y los extractos marcados por mi hija, me siguió siendo esquiva. Tampoco ha servido que me le aproxime por otros libros que la interpretan. Si la leo de manera literal la cuestiono, si lo hago de manera simbólica o figurada, tampoco logro asir la fe. En mi caso solo existe el alma, el espíritu santo no la habita.
Es un tornado que te embiste, te succiona hasta el último hálito y te deja con el cascarón vacío del cuerpo. Quienes son poco observadores ni repararán en que la mente te ha encerrado en el laberinto del Minotauro, quienes sí te ven mal jamás podrán dimensionar la invalidez mental que te asola. Escribir un párrafo se vuelve una tarea titánica, de ahí que me excuse con los lectores por esta lejanía de varios meses. Tu mejor momento del día es cuando tomas las pastillas para dormir, y el peor, cuando despiertas, pues te percatas de que la pesadilla es real. Eres un Sísifo atrapado en una tarea inútil, o un Prometeo, a quien el águila despedaza de día y deja reposar de noche.
Las enfermedades físicas tienen, al menos, la decencia de atacarte de frente. Las dolencias del alma son traicioneras y te tienden celadas con sigilo. Por cuarta vez la derroto en este match que ya lleva un quinquenio, y que si ausculto con lupa se remontará a muchos años atrás. Se envalentona a medida que me pongo más viejo, y por eso me desafía más a menudo. Desde adolescente fui un luchador incansable —la vida existía para buscar la excelencia y para retarla—, pero contra este adversario sin rostro, resulta muy difícil combatir. Es la guerra… por la vida misma. La batalla más sangrienta tuvo lugar cinco años atrás, y dejó cicatrices, pero la más larga, cual guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, fue ahora, y hasta te robó 15 libras de peso en solo unos días.
La conozco muy bien, sé cuando seduce y encanta, cual sirena, y sé cuando paraliza y aniquila, cual Medusa. En ambas fases la familia sufre mucho; en la primera porque no los priorizas y porque navegas cual Odiseo, y en la segunda porque te conviertes en un Caronte, sombrío y de ultratumba. Sigue siendo un tabú del cual la familia y los amigos más cercanos solo hablan entre murmullos, cual si fuera una lepra mental.
Cuando me he recuperado, he leído numerosos libros sobre el tema, y sobre materias atinentes a Virginia Woolf. No se trata de hipocondría o desvaríos, sino de armarte para poder sobrevivir. Sabes lo que el psiquiatra te dirá, pero vas para que alguien vea tu mente desnuda —máxime si no crees en la confesión—. Pero por más que hayas leído y la divises, tanto con su máscara jovial de carnaval como con la aterradora de hallowen —siempre recurre a un disfraz diferente—, cuesta percatarse de sus engaños.
Se ha replegado, pero nunca dejará de merodear, esperará un descuido para abalanzarse de nuevo. No debes bajar la guardia, pero a la vez también debes aprender a relajarte, pues vivir con la armadura puesta no es vivir.
Quién diría que todo se debe a un microscópico desbalance químico en el cerebro. Las píldoras operan como micropalancas de Arquímedes para restaurar el equilibrio. Antes la llamaban enfermedad maníaco depresiva, ahora le dicen trastorno bipolar, pero yo le llamaría paraíso fugaz e infierno eterno. ¿Sabes la anécdota de Tolstoi en el Caúcaso, con una fotografía de Lincoln, el melancólico —así se le decía antes, no depresión—? Otro día te la contaré.
Subo graffitis o pinturas en mi FB. Vuelvo a disfrutar la lectura. Mi memoria encuentra sus archivos. Puedo volver a ser un gran conversador. Mi mente disfruta de nuevo una película. Me sumerjo en la inmensidad de mi iPod. Me percato de que los cinco sentidos sí existen. Y la capacidad de amar retorna.
Autor: Pablo Rodas Martini (*)
Fuente: AMÉRICA DESDE EL CENTRO, PrensaLibre.com (Mayo 2012).
(*) Agradecemos al autor por el texto y darnos permiso de reproducirlo aquí.
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