Esta semana se quitó la vida un familiar muy cercano, quien fue diagnosticado hace varios años con trastorno bipolar. Esta tragedia nos ha llenado de dolor a todos los que tuvimos la dicha de conocerlo. Era una persona muy alegre y generosa. Lamentablemente la enfermedad le condujo a una vida con más dificultades de lo normal.
La última vez que nos vimos, platicamos mucho sobre el trastorno bipolar. Me contó muchas intimidades sobre cómo le afectaba la enfermedad. Dijo que desde hacia algún tiempo había dejado los medicamentos y se “automedicaba” con alcohol. También me confesó que frecuentemente pensaba en quitarse la vida. Lo hizo realidad seis meses después.
Estos días posteriores a su muerte los he pasado meditando. He experimentado diversos sentimientos. Claro, tristeza por la familia, pues este duelo es complicado, especialmente cuando se entiende tan poco sobre la enfermedad, sus causas y consecuencias. Pero también he sentido un poco de rabia y frustración, pues este desenlace se veía venir desde hace varios años. Yo lo traté de advertir a su familia cercana y a la extensa, pero obtuve muy poca atención de su parte.
Lo de las enfermedades mentales sigue siendo un gran tabú en mi sociedad. Las familias no aceptan que dentro de “su sangre”, es decir, en su información genética hay una probabilidad mayor que en el resto de la población de desarrollar este tipo de trastornos. Seguramente, no conviene que “todo el mundo” lo sepa, porque puede tener consecuencias negativas en el mundo laboral debido a la estigmatización y los prejuicios. Pero, al menos, las familias deben ser capaces de reflexionar internamente, pues se debe identificar con anticipación los síntomas en otros de sus miembros.
En mi familia, hace veinte años, ya habíamos sufrido esta misma tragedia con otro ser querido de la generación previa. Pero, lamentablemente, se aprendió muy poco de esa triste experiencia. Ahora, personalmente, me he comprometido a que esta nueva tragedia no quede en el olvido. Debe servir de lección para todos, los más viejos y los jóvenes.
La educación sobre el trastorno bipolar debe ser una prioridad para las familias dentro de las cuales se padece la enfermedad. No sólo para poder comprender a quienes sufren directamente dicha condición, y proveerles del amor y paciencia que necesitan, sino también para estar atentos a los síntomas que puedan presentar personas de las futuras generaciones, nuestros hijos y nietos. Para con ellos, aunque sólo sean una hipótesis, tenemos una gran responsabilidad. Es nuestra decisión si ignoramos o atendemos esta drástica llamada de atención.
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