por José Carlos García Fajardo
Cada día hay en promedio casi tres mil personas que ponen fin a su vida, y veinte intentan suicidarse por cada una que lo consigue. Cada hora, ciento veinticinco personas ponen fin a su vida, más de dos personas por minuto. Datos de la Organización Mundial de la Salud, (OMS).
Hablamos de suicidios verificados, no de los camuflados en “accidentes”, previa ingestión de drogas, de alcohol o de broncas emocionales insoportables que conducen a pisar el acelerador sin freno.
Está entre las tres primeras causas mundiales de muerte en personas de entre 15 y 44 años, pero el sector que presenta mayor riesgo es el de los adolescentes. Entre poblaciones rurales, son las personas de edad que ya no se sienten útiles, ni necesitadas, ni queridas.
También existen “suicidios” enmascarados en el abandono de tratamientos médicos, para “hacer pagar culpas a la familia”.
Asimismo, muchos ancianos que viven solos en las ciudades grandes, en donde todo egoísmo tiene su asiento, y que “aparecen” muertos, no se han pegado un tiro, ni se han tirado por la ventana ni ingerido venenos, sencillamente, se han dejado morir poco a poco, abandonándose en la comida y en la higiene, debilitándose, perdiendo fuerzas, y hasta intuyendo un descanso y una liberación, no en la muerte, que siempre impresiona, sino en dejar de llevar un vivir sin sentido; para ellos, ergo, para el universo entero.
¿Sabe alguien cuántos soldados se han dejado morir por no poder soportar la tensión inhumana de una confrontación absurda? ¿Hay suicidio más eficaz que dejarse matar por el “enemigo”, y encima sin “deshonor” ante la familia pues te los rinden militares? ¿Acaso en la guerra de Vietnam, la droga no se distribuía desde la propia intendencia?
Para el año 2020, la OMS prevé que el número de muertes por suicidio en el mundo superará el millón y medio. Por ello, es tan importante tratarla como corresponde. Con una aproximación psicológicamente cálida, acogedora, tranquilizadora. Y con el arsenal terapéutico, realmente efectivo, que tenemos a nuestra disposición. Y con tiempo, paciencia, con ese sumergirse en el drama del enfermo.
Recordemos que "asistir" (assistere) es, "estar al lado del otro".
Los profesionales que trabajan en la prevención de los suicidios, insisten en que se trata de muertes evitables que, en algunos países, alcanzan a 10,4 por cada cien mil habitantes y, entre los adolescentes, el riesgo es del 30% por la misma proporción.
Ya sabemos que el suicidio se ha convertido en un tabú tan fuerte como el incesto o, hasta hace poco, las denominadas “desviaciones” sexuales, como la homosexualidad. Como fue tabú durante siglos tratar de la pedofilia, pederastia o, como ahora prefiere denominar el Vaticano para las experiencias de sus clérigos, “efebofilia”, es decir, atracción por jóvenes de 11 a 17 años.
Hasta en el Libro de estilo de muchos medios de comunicación se reglamenta la publicación de estas noticias, “porque pueden provocar estímulo de imitación”.
La OMS pide mejorar la educación en el tema, reducir la estigmatización y aumentar la conciencia de que el suicidio es prevenible. Todavía, en muchas legislaciones, el intento de suicidio se castiga como delito. Y a un enfermo no se le lleva al paredón, se le cura y después se le fusila. La Iglesia católica y otras religiones, castigaban al suicida con la prohibición de ser enterrado en “tierra sagrada”. Con el progreso en la conciencia de una mayor libertad y responsabilidad, se han avenido con el subterfugio de que “no sabían lo que hacían”, “locura transitoria”, “fuera de sí, “enajenados”.
No hay más que ver las dificultades que tiene un enfermo terminal para tener una muerte digna, mediante suicidio asistido, o mediante eutanasia positiva, por compasión y por justicia. ¿Tanto cuesta reconocer el derecho a disponer de la propia vida? ¿Alguien nos ha pedido permiso para nacer?
¿Pueden imponerse manu militari ideologías que parten de peticiones de principio, de falsas premisas y de un fanatismo que condena a vivir, como durante siglos bendijeron las condenas a morir?
Partiendo del reconocimiento de este derecho inalienable, es necesario prevenir las decisiones fatales que podrían evitarse mediante atención médica y psicológica, comprensión y tratamiento, información adecuada y medios eficaces al alcance de enfermos depresivos, alcoholismo, drogadicción y esquizofrenia. Adolescentes que no asumen su realidad sexual, o de ancianos sin medios para vivir con dignidad porque la sociedad se lo debe siempre ya que las cosas no son de su dueño sino del que las necesita. Y aunque la vida no tuviera sentido tiene que tener sentido vivir, pero con dignidad y sin padecimientos insoportables. No vamos de la vida hacia la muerte, sino hacia la felicidad de saberse uno mismo, libre y responsable.
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